Héctor Gaitán
En la primavera
de mí vida, cuando mi mente empezaba a formarse y a entender que hay cosas
inexplicables, su voz misteriosa cautivaba mi atención y la pequeña cocina se
volvía un cementerio de silencio y aun nuestras sombras se escondían detrás de
nosotros bajo la tenue luz de una candela y el brillo amarillento de la leña
que ardía lentamente ahumando las paredes de madera, mientras el humo se
escapaba por el techo de lamina para no oír sus relatos.
Escuchar su
nombre me daba escalofríos y mi cuerpo y mente se llenaban de pavor cuando
hablaba de la llorona me aferraba al calor de mi abuelo Nisho quien sabiéndome
asustado, me acariciaba la cabeza dándome valor y diciendo no pasa nada,
mientras el humo de su cigarro se confundía con el vapor de la hoguera y como
duende desaparecía en medio de la noche fría.
Señor Gaitán
usted siempre fue el invitado de honor en nuestra humilde mesa, no importaba si
estaba lloviendo o si era noche de luna llena, la radio transmitía sin falta
La Calle donde tú
Vives, mientras mi abuela Matilde preparaba el café y las tortillas de maíz en
el comal de barro que siempre estaba
dispuesto a la tortura. Ese aroma del chirmol recién preparado y el queso
fresco era casi siempre la cena predilecta de mi abuelo.
Esos momentos de
mi infancia volvieron a mi mente hoy miércoles primero de Febrero del año
corriente al enterarme de su partida. La nostalgia y la alegría que siempre van
de la mano se conjugaron para escribirle estas palabras por las noches mas
bellas de mi vida. Hoy que estoy llegando al umbral, entiendo perfectamente que
su afán no era el de asustar, si no que al contrario su programa de radio unía
familias no importando la clase social. Su voz le daba un toque de misterio a
las historias y leyendas que por siempre serán parte del sentir chapín.
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